viernes, 14 de diciembre de 2012

Bodoque y cohetes para todos


– Salitre, carbón y azufre.
– ¿Pero vos decís que lo podemos conseguir así nomás?
– Convendría hacerlo por separado, por las dudas. Pero sí, en cualquier negocio del ramo te lo venden a granel. Acá no, claro, estoy hablando de Buenos Aires.
– ¿Y después cómo preparamos los petardos, las cañitas y los rompe-portones?
– Tengo un amigo que tiene un doctorado en la materia. Pero eso después. Ahora vamos a entrar en la fase de la producción. ¡Ah! Y me reservo el nombre para la más grande, única y potente bomba de estruendo del Neuquén: La Gran Pichi.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Bodoque Fernández, los narcos y los anarcos

– ¡Parate ahí que te quemo!
– ¡Qué vas a quemar vos cerdo fascista! Vos no podés quemar ni un fósforo.
– Para qué te parece que te apunto con esta Tala 22. Te avisé, subversivo apátrida, terrorista de cuarta.
– Terrorista puede ser, de cuarta, está por verse.
En ese momento de la acción, una extraña señorita se interpone entre los hombres, que están parados uno frente a otro a dos metros de distancia. Tiene el cabello largo, rubio y enmarañado, viste un saco de cuero rojo sangre, altos zapatos de finos tacos y mucha biyuteri de la ruidosa. Lo que en sí no es extraño. Lo extraño son sus bigotes.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Bodoque y el género de la violencia

Son dos chicas en guardapolvo paradas en frente de casa. Creo reconocerlas de la escuela del barrio. Una es alta y flaca, la otra baja y gordita. No se deciden a llamar. No deben encontrar el cartelito que dice: “Golpee las manos, el timbre se lo debo”. Algo como para llamar la atención. Les doy una mano y salgo a la calle. Este mes vengo medio muerto. Una changuita no me vendría mal.
Por José Chiquito Moya

viernes, 2 de noviembre de 2012

Bodoque y el caso de un chantaje como la gente




– Soy la Tacher.
– La hacía con un ojo tapado y un gancho en vez de mano.
– No sea salame. Soy la Tacher, porque me dicen la Tacher. Vengo por una consulta profesional. ¿Así atiende a todas las damas?
– Hasta las de sesenta. Pero con Ud. voy a hacer una excepción. Pase y siéntese en la reposera reforzada. Si gusta un aperitivo hágame sí con la cabeza.
No hizo nada de puro sargentona pero igual le estoy sirviendo una cerveza al tempo, que es como dicen que la toman los ingleses. En algo hay que ceder. Me acomodé en mi sillón de tela lo más caballerosamente que pude y al renglón seguido puse la cara de escuchar que aconseja el manual. Ella dijo:
– Durante veinte años fui Jefa de Personal de la Oil Oil, empresa dedicada a brindar servicios petroleros de todo tipo: prospección, perforación, cementación, fractura y demás. También hacíamos baterías, cañerías y por qué no locaciones.


miércoles, 17 de octubre de 2012

Bodoque y el caso del baural

– La justicia es la justicia.
– Tendría que ser.
– ¿Cómo que tendría? ¡Tiene que ser! ¡Es! Ojo que no estoy hablando de jueces, leyes y toda esa gilada. Yo digo Justicia, a que las cosas tienen que ser como tienen que ser.
– La verdad, Don Romualdo, me cuesta seguirlo.
– Creía que los detectives son un poco más bichos. Escuche lo que le voy a decir. Yo laburo en el basural de arriba. Mejor dicho no laburo yo sólo, mi familia entera también, la Gorda y mis tres chicos. O sea, que vivimos con lo que “cachureamos” ¿Sabe lo que es cachurear? Revolver la basura, sacar lo que sirve. Empezando por la comida, más bien. Después viene la pilcha, los muebles, los artefactos, los juguetes para los pibes, etc. O sea que uno tiene que estar abierto a las novedades. La otra vez, por ejemplo, vino un faisán embalsamado. ¿Para qué sirve ese pajarraco embalsamado, eh?

martes, 18 de septiembre de 2012

Bodoque y el caso de la Cámpora


– Se nos fue a Rincón de los Sauces.
– Bueno, no es tan lejos. Encima hay laburo.
– Justamente. Es que no queremos que trabaje. Tiene 16 y está en tercero industrial. Queremos que vuelva. Por eso estamos acá. Nos dijeron que es un detective serio y responsable.
– Y no cobro por recibir piropos. No entiendo por qué nos van Uds.
– Porque lo pondríamos en una situación difícil. Como quién va a buscar a su pibe a la salida del baile, a las 12 de la noche.
– Baile. Hacía rato que no escuchaba el término. O sea que prefieren que lo secuestre.
– ¡Cómo que lo secuestre! Que lo traiga. Que lo convenza. Que haga como que no lo convenza y que viene por propia decisión. Nosotros le dimos tiempo. Esperamos casi tres meses a que tome conciencia y vuelva.
– Más que un detective, lo que Uds. necesitan es un equipo de sicólogos de campo. Y una red tipo medio mundo, por las dudas.
Ahí la vieja se me largó a llorar, y el viejo puso cara de “no lloro porque soy macho”. Yo puse cara de esperar que la vieja se deshidrate. Habían llegado temprano a la oficina. Como quién espera que el comercio levante las persianas para ser el primer cliente. Así fue. Tuvieron que esperar adentro de su Renoleta Furgón 4 modelo 75 recién salida de fábrica, mientras yo terminaba de barrer el boliche. Venían recomendados por un amigo lejano, víctima de mis fechorías.
Cuando el matrimonio de unos sesenta largos se normalizó, seguimos la entrevista. Acepté el caso a cincuenta y cinco por día. Tuve que aumentar por el tema de la inflación. Les pedí una foto. La misma que tuve que seleccionar entre las trescientas veinticuatro que me habían llevado, demostrando cierta pericia en esos temas. O que veían bastante televisión. Les prometí discreción, rapidez y eficiencia sin violencia. Lo de sin violencia me salió solo. Tal vez para estar a tono con el reclamo de la sociedad toda en este punto. Incluyendo a los que la ejercen.
No pude no observarlos cuando la renoleta se perdía calle abajo, a ritmo parejo y sin levantar tanta tierra como los coches de ahora. Tal vez estaba cansada de levantarla en los años que pasaron. Me dio cierta nostalgia. Mejor dicho, mucha nostalgia.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Llegaron las votaciones



Voy a poner otro cartelito que diga Abierto de un lado y Cerrado del otro. Pero no sé donde colgarlo. Eso pienso porque no tengo otra cosa que hacer. La gente no viene. Tal vez el nombre Bodoque confunda un poco. Tendría que aclararlo, pero alguien me tiene que preguntar primero.
– ¿Bodoque es un nombre?
– Figurar en el santoral no creo que figure, pero…
– Me da igual. Lo importante es el profesionalismo.
– Que incluye la más estricta confidencialidad.
El cliente tenía cara de cliente. Pelado, petiso y trajeado. Se arrimó a pié y vino directamente. Tenía pinta de decir “Vamos al grano”.

– Vamos al grano –espeto desde mi reposera debajo del sauce, ganándole de mano. Es una táctica para dominar al cliente que incluye hacerlo esperar un poco. Toqueteo el equipo de radio, tapo la cerveza por la mitad y me calzo las alpargatas. Acto seguido le hago señas para que desembuche.
– Mañana cierran las listas para las elecciones de la Comisión Vecinal del barrio. Voy por la lista Gris.
– Que raro, nunca lo vi en el barrio.
– Pero presenté cuatrocientas firmas.
– Por lo menos hay cuatrocientos que sí lo vieron.
– Dejemos eso. El problema es que hasta ayer sólo había otra lista más, la Naranja, que pierde seguro. Son los zurditos de siempre que agitan más pavimento y fuera yanquis de Irán. Pero hoy, hace tres horas, se presentó la Verde. Llevan a Juan, un buen candidato y parece que los bancan de arriba. Cómo son las cosas: hasta hace un rato el oficialista era yo. El sindicato está manejando esto.
– Hay gente que cambia de carril y no pone la luz de giro reglamentaria.
– Lo vengo a ver porque necesito que me lo saque de competencia al Verde. Nada violento, claro. Es como una cuestión de inteligencia ¿vio?
– Inteligente hubiera sido barajarlo hace un par de semanas. El chamuyo todo lo puede. Y si hay plata de por medio siempre se puede repartir. Política es porcentajes. ¿Qué me está pidiendo?
– No sé. Ahí afuera dice: Bodoque Fernández, Detective de Barrio. Encuentre algo que lo incrimine. Cuernos familiares de ida o vuelta; malos antecedentes como vecino; peleas; choreos; deudas. Algo con lo que se pueda inventar un poco más, y desparramarlo mañana bien temprano. Sé que Juan se retira. Todos tenemos algo que ocultar.
– Menos Ud. por supuesto.
– Y Ud.
– Mire, Gris, déjemelo pensar un cachito. Total, como tarde ya es tarde. Lo más probable es que le diga que no. No me meto en política. Hacía como diez años que no votaba hasta lo de Cristina. Es un encargo medio fulero. Pero tengo que reconocer que me pica la curiosidad. Vaya no más que le mando a avisar. Yo sé a dónde, no se olvide que soy detective.

La basura arriba de la alfombra



– Me roban la basura.
¿Qué quiere decir? O sea. Basura es un término equívoco.
El otro entiende que mi silencio es del tipo permisivo y se larga otro poquito.
– Ya van tres veces: lunes, miércoles y viernes.
Hay un chorro metódico. Pero también un ciudadano metódico en sus hábitos. A no ser que sean muchos de familia. Le pregunto.
– Somos tres, más o menos.
– No se es más o menos de la familia.
– Puede haber un colado.
– O colada.
– Póngale.

Decidí cortarla por dos razones: una, el ñato se pone misterioso agravando el conflicto; otra, el cliente siempre tiene razón.
Le hago un gesto para que se siente en la reposera que tengo de reserva. Él no lo sabe, pero quiere decir que estoy aceptando el caso.
Se acomoda y acepta un vaso de cerveza que le sirvo hasta el tope. Se puede decir que recién empezamos.
Había caído media hora atrás, pero no se animaba a llamar. (Puse un cartelito nuevo en la puerta que decía: Para ser atendido golpee las manos). Alto, robusto, morocho de quemado por el sol, recientemente accidentado en el pié derecho, tendencia al chupi, pilcha cara pero puesta a la marchanta. Petrolero hasta la manija.
– ¿Más que nada por la intriga, vio? ¿A quién le puede calentar que le roben la basura?– pensó un poco como buscando más argumentos – ¿Qué diferencia puede haber en que se la lleve Cliba o algún salame que anda por la calle?
Tampoco quedó conforme con esta segunda parte, pero decidió dejarlo ahí. Ya vendrían nuevas inspiraciones.
Ataqué directo. No podía dejar que invadiera mi campo de divagaciones.
– Lunes, miércoles y viernes. ¿Cuándo se dio cuenta?
– Hoy.
– ¿Cómo supo lo del miércoles y lo del lunes?
– Por la Clota, mi vecina. Hoy salgo temprano y el camión recolector todavía no había pasado. Pero mi bolsita de anoche ya no estaba en el gancho. Sale la Clota y me dice: “Ud Cosme, tiene amigos en la municipalidad. Esta semana le recoge la basura a Ud. solo. ¿Qué lindo, no? Hay algunos que tienen coronita”.
Termina de explicar y se queda mirando las manos. Demasiado callosas para ser de la nobleza.
– Don Cosme –le uso el nombre que tomo prestado de la Clota, ya que nadie nos presentó – le tomo el caso. Cincuenta pesos por día. Pero me va a tener que hacer caso en un par de cosas.
– ¿Por ejemplo?
– Me va a tener que invitar a cenar esta noche.
– ¿Aparte de los 50?
– Tengo que conocer a su familia. Descuente los chorizos.

La historia no es fotogénica


La foto es mala. Pero es una foto, y lo seguirá siendo. Se ve un falcon y un flaco que le zampa un baldazo de agua en plena Avenida Argentina. Justo en ese momento. La foto es el momento de la foto. En blanco y negro. Para ahorrar costos del estado.

El damnificado está ahora en mi puerta. Mira el último cartelito que puse: “No se aceptan patacones” en prevención a una futura crisis económica y no lo entiende. Allá él. Me dice:
– Don Bodoque, tiene que agarrar el caso.
– ¿Dónde está el caso? Si le lavan el coche en la calle ahora tiene que pagar la multa. Soy detective, no abogado.

– ¿A Ud. le parece que me hago lavar este coche? –hace una inflexión oral que corresponde a la cursiva en el texto – ¿Y en plena Avenida Argentina? –repite.
– Ud. me dice que es una trampa.
– Tiene 48 hs. para demostrarlo. Si no, tengo que pagar hasta 2000 pesos.
– Tendría que vender el falcon tres veces.
– No puedo. Tiene valor sentimental.
Con ese argumento me mata. Agarro el caso sin pensar y sin tarifa. Me pongo a mirar la foto tamaño oficio.
– ¿De dónde salió el retrato?
– Me la dejaron adentro de un sobre por debajo de la puerta.
– El Municipio está flojo en comunicaciones.
Con esta sentencia despido a mi cliente desde mi puerta. No lo hago pasar al fondo porque está un poco fresco para la cerveza en la reposera debajo del sauce.



Tenemo un referi que es una maravilla


La canchita está en el corazón del barrio. Fue creciendo de un potrero, sin arcos ni límites claros. Se ensanchó, apareció milagrosamente la cal, y un buen domingo de primavera, debutó como cancha según las reglas del Marqués de Cantebury o alguien parecido. O sea una cancha para once por lado, arcos de fierro y, en torneo como la gente, con redes y todo.
Y referí.
Que de eso se trata este caso de Bodoque Fernández.

Los muchachos enfundados en sus camisetas a furiosas rayas negras, blancas y rojas, pantaloncitos negros y botines color barro, se apearon elásticos de una camioneta desastrosa frente a mi humilde morada. Pensé en poner un cartelito que dijera “Descuentos por grupo” pero de puro escéptico no lo hice. Éste era el caso.
– Che Bodoque –me grita el que seguro es el centrofobal (ignoro si todavía ese puesto sigue donde debía) – nos podés atender, tenemos un problema.
Son seis o siete pibes de entre quince y dieciocho años. Vienen de la cancha y pareciera que se trajeron un pedazo cada uno. Están sudorosos y exaltados.
– Muchachos, si es cosa de deporte sonamos. Nunca me llevé con las pelotas. No sé ni jugar a las bolitas.
– Es el caso de un afano. –este debe ser el arquero, por la pilcha de negro.
– Ya sé: perdieron siete a cero.
– No viejo, no ese tipo de afano.
– Les robaron las camisetas, las pelotas, qué sé yo, las banderas.
– Tampoco.
– Se me terminaron las calidades del afano.
– Nos quieren afanar el campeonato. –finalmente el que habló es el líder – el próximo domingo termina el torneo. Nosotros vamos a la final contra los del barrio General Mosconi, que antes se llamaba Villa Chupilca.
– ¿Quiénes somos nosotros?
– Los Vengadores del Afalto.
– ¿No es con “ese”?
– Para nosotros es Afalto, como suena. Es otra historia. Pero eso no calienta. Lo que hoy nos enteramos posta posta, es que hay una mano para chorearnos la copa. Porque que el domingo los que ganamos somos nosotros, no hay otra. Los otros son troncos, llegaron comprando partidos. Tenemos la precisa que van a poner a un árbitro que nos va a tirar para atrás. Encima traen a la yuta para que no lo reventemos a patadas. Está todo cocinado. Hasta sabemos que ya encargaron los chorizos para festejar.

Puede besar a la novia


¡Ave María purísima! ¡Por los santos Evangelios! ¡Jesús María y José! Y se me terminaron los dichos católicos. Tengo que practicar por si los tengo que aplicar. Es que quedé envuelto en un caso de sotanas. Es decir, sotanas lo que se dice sotanas, no. Esto es a nivel de los blue jean, los vaqueros, bah. Los curas de ahora no tienen nada que ver con los de mi época. Tengo que reconocer que desde que tomé la comunión, por decisión cultural si-no-que-van-a-decir-los-vecinos de mis padres, no se me dio de mantener algún tipo de relación con los señores sacerdotes. De ninguna confesión. No contabilizo aquí las veces que me les negué a los señores evangélicos que golpean sistemáticamente en mi humilde morada los domingos a la mañana. Que también es una relación. Pero empecemos de una vez.

– Don Bodoque tiene que darme una mano.
El joven, pinta de galán de cine en pleno rodaje, sin golpear las manos como rezan las instrucciones operativas en la puerta de mi casa, y sí asomándose enteramente al interior de ésta, dice, agrega:
– Creo que van a tener que ser las dos manos, hermano. El caso se presenta un tanto dificultoso.
– Enmarañado como las barbas de Lucifer –como se ve, soy afecto a las sentencias del viejo cómic.
– Preferiría no mentar al Diablo justamente al empezar el desenvolvimiento de mi situación. Yo diría mi aporética situación.
– Raro el escepticismo en un cura.
– Decir escéptico es poco. Me siento y le cuento desde el principio.
– Está en su casa. Y esperemos que “desde el principio” no sea desde Adán y Eva, Noé y los muchachos.
– Ud. sabe Don Bodoque que con gran trabajo de un buen grupo de fieles, logramos instalar una hermosa capilla en el corazón de la Villa. Allí fuimos predicando el cristianismo despojado de sus tradicionales y vetustos y terrenales mandamientos. Ud. sabe que practicamos el cristianismo práctico, valga la redundancia. Revalorizamos el contenido de los sacramentos, incluyendo el del matrimonio, que está tan vapuleado, pobre. Precisamente este domingo que viene tenemos el matrimonio del año. Es un casamiento larga y arduamente elaborado. Se trata del Eulogio y la Yanina, veinticinco años los dos.

Cuando la rosa no tiene nombre


– Soy un cornudo.
– Hay males peores. Las guerras, y esas cosas.
– Se ve que a Ud. no le pasó.
– Mejor no me haga acordar.
El diálogo atípico se desarrolla en la entrada del cementerio de la ciudad. El despechado es un jubilado jerárquico petrolero. Que ya es mucho decir. No sé cómo seguir la charla. Si seguirla. El hombre insiste, tanguero.
– Vea Ud. Don Bodoque ¿así se llama ahora, no? Uno llega a viejo, enviuda, y de repente se entera de la gran novedad.
– Me parece que me perdí. ¿Ud. primero enviudó y después se encornudó?
– Le hago una consulta como Dios manda. O sea que lo estoy contratando para que me averigüe los detalles. Si bien no puedo encarar la reparación, siempre me puedo enterar los detalles tan necesarios. Como que sin ellos, no se puede certificar el hecho. ¿Me entiende?
– Más o menos.
– Lo vengo a saber ahora. Para más datos en el cementerio –cabecea para el interior – Es como dice el dicho: uno es el último en enterarse. Y en el último lugar.
– Si me lo cuenta desde el principio se lo voy a agradecer.
El hombre se acomoda la ropa tirando a cara. Se preparara para emprender un largo viaje. O un viaje desagradable. Prefiere sentarse en una montañita de ladrillos sobrantes de vaya a saber qué emprendimiento. No lo acompaño por cábala. Me cuenta lo siguiente:
– Mi señora se murió hace un año. Va para trece meses. Todavía era joven. Me dio tres hijos que ahora son grandes y cada uno se fue para donde le marcó el destino. Allá ellos. Pasamos una buena vida. Eso creí hasta ahora. Al principio venía casi todos los días. Limpiaba la lápida, barría las hojas. Lustraba la cruz y la foto de ella. Como estoy jubilado me tomaba mi tiempo. Después, fui aflojando un poco: venía dos veces por semana. A pesar de que vivo cerca, que sé que no tiene nada que ver. Bueno, al año sólo los domingos. Lo que sí, me paso casi toda la tarde. Me dije que para compensar mis ausencias traería el ramo de flores más lindas y grandes. Lo hice. Para el otro domingo traje un ramo que parecía de un cumpleaños de quince. Todo bien. O casi.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Bodoque y la prensa que te prensa



La fiesta está buena. Más tirada para el lado del vino que de la cerveza. Como es del buen vino, no se puede criticar. Es por la gente. Digo, que supongo sabe de vinos. Lo que tendría que llevarme a la pregunta de qué hago yo acá. Pero no la hago. Estoy en contra de la discriminación, empezando por mí. No sé si se entiende. Y este vino del fin del mundo no está del todo mal.
Se acerca el anfitrión, que es quién me invitó.
– Ya sé que debés estar pensando que lo de mi invitación es un error.
– Buen presentimiento.
– Nada que ver. Te mandé a decir que era una invitación especial.
– Querías decirme, especialmente, que sos un ganador. Y la recíproca. La palabra gringa de moda se pronuncia luser. Y no sé cómo se escribe.
– Mi estimado Loco. Ojo que sé que ahora te pusiste Bodoque Fernández. Sos incorregible. Los setenta te pesan demasiado.
– Los sesenta. Es una confusión popular. Pero son décadas distintas.
– Años más, años menos. Acá, compañero, lo importante es que estamos reciclando la historia. Decime la verdad ¿en todos estos últimos años de mierda, no te parece que nos estamos acercando a los de nuestra juventud?
– Si te contesto que uno a la juventud no se acerca sino se aleja me vas a decir que soy un escéptico. Así que no te lo digo.
– Mirá alrededor. ¿Qué ves? Hay trabajadores por todas partes. ¿Ves algún burguesote, algún terrateniente? ¿Algún teniente?
– Veo gente a la que no le faltan las cuatro comidas.
– Dale. Tenés que reconocerme que la cosa está cambiando. Y sí, aunque no estén acá, hay muchísima gente que ha incorporado una comida más en el día.
– Te la dejé servida.
En ese momento se para la música que venía por el lado del folclore, pero más o menos. A las guitarras le habían metido xilófonos, sintetizadores y baterías acústicas. En fin. Un ñato vestido todavía a la moda de los noventa, barriguita de cerveza, con una vinchita a lo Vilas pero con el logo del sindicato.

Bodoque, el género próximo y la diferencia específica



Desde adentro de casa me confundo un poco. Sé que es generacional. Tardamos en avanzar en eso que llaman cultura. Para colmo ahora le agregan “popular”. Veamos.
Ella golpeaba las manos frente a mi modesta morada. Sigo sin poner el antipático timbre. El aplauso provocaba importantes ondas acústicas. Tengo que salir, obligado. Antes que todo el barrio comience a asomarse.
– ¿Ud. es el famoso Bodoque Fernández? –voz cantarina, registro tenor, pero luchando con su contenido soprano. Que es la que termina imponiéndose. A pesar de todo.
– El mismo que viste y calza. Es un decir. ¿Qué necesita?
– Amor. Es otro decir.
– Soy detective, no galán. Menos, sacerdote.
– Mire, lo quiero contratar. Hay alguien que me quiere matar.
– Para eso está la policía. O el ejército. Digo para defender a…mejor pasemos a la oficina.
Desde que empezó el frío cambié la oficina de debajo del sauce al garaje donde vive la Siambretta 125. Igual mantengo las reposeras que le da un aire vacacional que ayuda. Mi proto cliente se sienta en una, con verdadero peligro de ruptura. Debe andar por los noventa y cinco kilos bien distribuidos. El cabello sobre la cara no oculta su barba de veinticuatro horas. Ni la quiere ocultar. Exceso de biyuteri. Manos de estibador. Cejas de maniquí. Ojos de santa madona.
No estoy seguro de pasarme al café. Ya habrá tiempo. Destapo una cerveza solidaria. Sirvo y escucho.
– Es una revancha. Con otras chicas, cuatro en total, vivimos sobre la avenida desde hace dos años. Vivimos así para protegernos.
– ¿Del dengue?
– No, bolú. Para protegernos de los machistas de mierda que nos viven acosando. Mirá, nosotras trabajamos en la ruta. Así de una. Somos camioneras express. Trabajamos de noche y no jodemos a nadie. A veces nos tiraban piedras contra las ventanas, pero no con tanta maldad. La primera vez lo quisimos denunciar y nos dejaron adentro por cuarenta y ocho horas. Así que pusimos postigos. Más práctico. Era molesto pero nada del otro mundo. O sea que sabíamos que la cosa no pasaba de ahí. Hasta el día que descubrimos a una trola, que vive en la otra cuadra, tirándonos piedras. Se armó la podrida. Nos agarramos de las mechas. Cuando no pudo más pidió gancho. Nos dijo que la mandaba la cana.

Bodoque blindado



– No podés ejercer acá.
– Acá adónde
– Acá en la Argentina. Ser detective no es joda. Tenés que tener un permiso.
– Y a los que permiten quién les da permiso.
– Mirá Loco, o Bodoque, o como te llamés, sacá el cartelito y dedicate a carpir tomates y regar al pasto como cualquier jubilado. Si te pescamos “haciendo un caso” vas a pasar la noche en la Tercera. A menos que.
– Que.
– Que labures para nosotros.
– No te creas que tengo mucho laburo. De qué se trataría.
El milico de civil me deja un encargo largo como la historia de la injusticia. En el barrio hay un par de banditas de pibes que de vez en cuando se agarran a tiros. Chorros de poca monta. Pero parece que un ñato de la pesada en serio los quiere reclutar para armar algo más contundente. Les tiró un hueso. Se van a matar por el pedazo de carne que tenga. Los que sobrevivan serán los futuros empleados. La cana parece tener problemas para meterse en el asunto porque hay alguien de adentro que pasa el dato cada vez que quieren avanzar como para la foto. La propuesta es así: contactar al individuo de la conexión, identificarlo, seguirlo y chiflar a él (o sea al cana que vino a casa con el apriete) y a nadie más que a él. Expresamente: no entrar en ningún tipo de acción. Ojo que estos tipos no calzan menos que una uzzy. Y qué es una uzzy. Mejor que no averigües. Ya sé que es una uzzy. La pusieron de moda los israelíes en la guerra del Yon Kipur. O como se escriba. Este viejo está loco. Si tenés algo acá tenés un celular límpido como el agua del Traful. Corto y fuera.

Por donde empezar. Por el principio no se puede, porque habría que remontarse a la invasión de Roca al territorio. En fin. Voy a pegar una vuelta con la siam.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Y en la última pelea de la noche....


Un murmullo de pelea viene de la calle. No es realmente una pelea. Se trata de una disputa a los sordos gritos. Dos personas: una señora y un adolescente. Su hijo, clavado. Ella a los manotazos, él finteando.
Salgo. Ante todo soy un buen vecino.

– ¡Hablá con el señor! – profiere la mujer apuntándome con el mentón – es un profesional.
¡Haberlo dicho antes! ¡Cuánta seriedad! Ésta señora es una maravilla. Le tengo que hacer una rebaja por diagnóstico y otra por resolución.

– Qué se les ofrece, queridos vecinos. Pasen, no se hagan mala sangre. Además Sra. se habrá dado cuenta que no le puede pegar una sola.
– Claro, si este mocoso se me hizo boxeador. Me esquiva todo.

A puro chamullo gestual los introduzco en mis oficinas de invierno, o sea en el garaje de la Siambretta. El pibe entra en disconformidad arrastrando los pies. Ella se me sienta en la reposera sin pedir permiso. Está realmente ofuscada. Habla, también sin pedir permiso.

– Resulta que lo venía notando un poco raro al Matías, que así se llama éste, mi hijito del alma, el mayor, este pelandrún. Pero bueh ¿vio cómo son los chicos? Quince años de paspado, el que te jedi. O sea que me desaparecía los sábados a la noche. Qué raro…
– Raro sería que un pibe de quince no desapareciera los sábados…
–…porque sus amigos se quedaban en el barrio. En el kiosco de la bardita, donde se juntan estos pelandrunes. Se imagina que no da para ir a preguntarles. Tan plomo, como dicen algunos, no soy. Tampoco soy tan veterana señor…Bodoque. ¿Es Bodoque, no? me dijeron, pero me sonaba un poco raro. 

Bueno, pongamos Bodoque. Una madre joven, pero a la antigua. O sea, el chico a la escuela. Si quiere plata, una changuita. Nada de novias, que se embarazan en un suspiro. El cigarrillo lo más lejos posible. Y la cerveza, ni lejos, vea, mire. ¿Qué pasa? El sábado se me va solo de nuevo. Misterio. El domingo me duerme todo el día. Me hago la otaria. Está todo bien. La próxima semana me pongo las pilas. ¿Qué pasa? Igual. El muchachito me desaparece sin decir esta boca es mía. Pero esta vez me lo quedo esperando hasta la hora que sea. Es que una tiene que hacer de madre y padre en un solo paquete. Así son las cosas. Este caballerito me llega a las cinco de la madrugada. No pude más y lo agarro de un brazo. ¡¿Para qué?! ¡No lo puedo ni tocar! Está todo dolorido por todos lados. A este chico me le han dado una paliza. Me pongo a llorar como una loca.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Bodoque y la contradicción de la herramienta


Salgo a caminar para entretener el cuerpo. Paso por un taller metalúrgico. Es grande, oloroso y con ruido a fierro. No va a tener olor a dulce de leche y parecerse a una catedral. Está ubicado en la colectora de la así llamada multi trocha. Nombre original si lo hay. Paso por la vereda y me tira la nostalgia. 

Soy de la generación de los que creyeron en la patria metalúrgica. En fin. Pero esta vez hay novedad. Un pibe flaco y desgarbado, metido adentro de un mameluco de color indefinido está a los empujones con un personaje disfrazado de policía, pero que no es policía. Sí, es policía pero privado. Tantas vueltas, caramba. Gana el cana. Le lleva treinta centímetros y treinta kilos. Lo deposita lejos de la puerta de ingreso al taller, que era por dónde quería pasar el categoría pluma. Sigo de largo. Qué voy a hacer. La lucha de clases es así. Y si no están dadas las condiciones, meté violín en bolsa y a otra cosa mariposa.

Aunque tengo que reconocer que casi me detengo. Por casi como éste estamos como estamos. Pego la vuelta indicada contra el colesterol y vuelvo por la misma. Pasaron cuarenta minutos. Repaso el emprendimiento industrial de marras. El flaco arrimó neumáticos al portón. Está haciendo un mono-piquete.

Porque está solo como un perro. Me acerco a paso de hombre. Literalmente. No lo puedo creer: el flaco le está prendiendo fuego a las gomas. No tiene práctica. Les aplica una llamita de fósforo ranchera que no prende ni la esperanza. Un ñato se ríe adentro. En cualquier momento viene la cana de verdad y me lo llevan de las pestañas.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Bodoque y los amores del azar


Esta mañana de domingo recibo una extraña comunicación. Por debajo de la puerta en forma de tarjeta. Soy ajeno a las tarjetas desde que rompí con Papá Noel. La abro y dice que esta noche me esperan en el Casino Ludogic. Viene a nombre de Bodoque Fernández. Se está haciendo popular.

Me empilcho, pero de sport. No se puede ir en una Siambretta 125 de traje. Llego a la hora. Me ubico en la mesa de Black Yack que dice la nota. Cambio cincuenta pesos en fichas que pierdo en dos pases. Debo tener buena suerte en el amor. Cuando me estoy por retirar una voz atrás mío le dice al pagador que tengo crédito. Aparece como por encanto una ficha de cincuenta. Insistí, me dice la voz. Juego y, claro, gano. Recupero y voy cincuenta arriba. Es un día de trabajo. Ahora sí me retiro.
– Primero lo primero – me espeta el ñato vestido como para casarse por la iglesia – el punto cero es la total confidencialidad.
– Mi nombre completo es Bodoque Confidencial Fernández.
– Eso nos dijeron. Por eso lo llamamos. Esto no es cosa de la policía. Fíjese que tampoco es cosa de la seguridad interna.
– Ni de la Gendarmería. Es la fuerza de moda. Además no estamos en la frontera. ¿O sí?
– Más o menos. Desde el punto de vista de los negocios puede ser. Los casinos son una especie de templo de la vida, porque el azar es la vida. Claro, ganamos guita a paladas, pero en la sana especulación que todo está en manos del azar. Algunos consideran que es una especie de dios en minúscula. Es la idea que mantiene todo en equilibrio. Si hay otro peso, aunque sea el de una pluma en la otra parte de la balanza, el equilibrio se rompe.
 
– Digamos una pluma que quiera contra restar la tonelada de plomo del otro lado.
–Más o menos. Para simplificarlo e ir al grano: hay una mina que nos afana. O sea hay un montón de gente que nos afana. Usted no se da una idea de la lucha que tenemos.
– Me imagino, es como los supermercados.
– Más o menos. Pero este caso es especial. Nos afana, pero por derecha. O sea, gana. Siempre gana. Esta vieja nos tiene podrido de ganarnos en la ruleta.
– Se está llenando de guita. Y no me responda más o menos.
– No tanto. Lo suyo está en el primer nivel. Yo diría dentro de los trescientos pesos por día. Más o menos.
Me lo quedo mirando. Todavía tengo las dos fichas de cincuenta en la mano. Vendrían a ser dos días de trabajo. ¿Quién se puede molestar si apuesto? Aparte de mí. Y dentro de todo el ñato Másomenos no me cae del todo mal. Hace cuarenta años podría haber trabajado en una película de James Bond. Como dije no tengo nada que perder.

domingo, 26 de agosto de 2012

El caso del fantasma aparecido



Podía estar golpeando las manos toda la mañana que no la hubiera escuchado. No sonaba. Parecía las alas de un gorrión. La vi de casualidad. Medía un metro veinte, máximo. Tengo que poner un cartel que diga “Toque el Timbre”. Y poner un timbre. Salgo.
– Ave María purísima.
– Sin pecao concebida.
Se nos dio por lo clásico. La mujer es una gaucha de las pampas. O de los cerros, que no es lo mismo.
– ¿Qué se le ofrece?
– Vengo a contratarlo. Mi marido apareció después de nueve años.
– Se tomó su tiempo.
– Estuvo muerto.
– Entonces su marido es un fantasma.
– Mi marido trabajaba en la represa del Pichi Picún Leufú. Se cayó al río en pleno invierno y nunca más apareció. Hasta ayer a la noche. La gente de la represa y de la policía, me parece, lo anduvieron buscando como dos semanas, esa vuelta. Pero nada. Hasta cortaron el río, para que baje el agua y aparezca el cuerpo. Dos veces cortaron el río. Pero nada. Será que el finadito andaba con el mameluco térmico, botines y todo eso. Porque de saber nadar sabía nadar.
– ¿Será el mismo?
– Está un poco más gordo, pero le puedo asegurar que es mi marido. Habla igual, se ríe igual, camina igual. Y, bueno, hace todas las cosas que hacía antes, igual. Es mi marido, no más.
– ¿Y cómo dice que resucitó?
– Él dice que está en el gran negocio. Que en pocos días más, o sea cuando se cumplan diez años de aquella fecha, se va a dar el gran negocio. Se refiere a la paga del seguro. Cuando pasó la tragedia y tuve que hacer todos los papeles, no pude cobrar un peso, porque me dijeron que mi marido no estaba muerto sino desaparecido. Que el seguro pagaría recién a los diez años. Vea Usted.
– Mucha plata, me imagino.
– Eso no sabría decirle, habría que averiguar. ¿Pero al seguro mejor no decirle nada, no? ¿Ud. que piensa?
– Si me lo pregunta como cliente, es una cosa. Si me lo pregunta como una persona de la calle es otra. Elija.
– Como clienta.
– Los del seguro son unos reverendos hijos de…Dejémoslo ahí. Mejor no avivarlos de la resucitación. No sólo no pagarían un mango, hasta le pueden hacer juicio.
– ¿Entonces?
– Entonces, qué. Vaya y cobre la plata que mal no le va a venir. ¿Tiene hijos?
– Tres con el finadito, dos después. Estamos un poco pobres, pero somos muy honrados y gente de trabajo. Y no sé si estaría bien hacer eso.
– Ahora le digo si está bien. Pero antes quiero sacarme la intriga: ¿Dónde se metió el finadito todos estos años? ¿Qué le pasó, chocó contra una piedra y perdió la memoria?
– ¡Qué va a perder! Se pasó pa’l otro lao. Se me fue a Chile, con unos parientes. Ahí estuvo trabajando en el campo. Dice que no me mandó a avisar porque yo “iba a meter la pata”.
– Ahora le digo si está bien. No, no está bien. Está requetebién. Una pa’ la justicia. Lo que no termino de entender es qué quiere que haga yo.
– Tengo miedo que el finadito me deje sin un cobre. Ud. tendría que acompañarme a cobrar la plata. Pero además Ud. tendría que hablar con él. No sé, arreglar algo. No amenazarlo al pobre, que también pasó lo suyo. Pero ¿cómo dicen los pibes?
– Marcarle la cancha. ¿Y los dólares?
– Póngale mita y mita.

miércoles, 25 de julio de 2012

Los vengadores del asfalto



Renault 12, atado con alambre del malo, cruza semáforo en rojo, atropella una piba con su hijito adentro de un cochecito, regalo de navidad. El coche, no el hijo. La gente no sabe qué hacer. Son las siete de la mañana. Los milicos no figuran, deben estar en cambio de turno, tomando mate, es un decir. A la gente de la parada del cole parece no interesarle demasiado. Algunos coches esquivan la situación como para no llegar tarde al laburo. Viste.
Estoy parado a media cuadra, y tomo coraje y carrera. Llego justo cuando el chabón se baja del 12 como viendo para dónde va a rajar. No tiene pinta de interesarse por las víctimas, porque arranca justo para el lado opuesto al desastre. Alcanzo a ponerle el botín 44 de seguridad justo en el esternón, onda kung fu. El ñato putea. Ahora el timbo le da justo en el medio de la mandíbula. Pienso que no podrá decirme nada.

Hecho sublime. De esos que te cambian para todo el viaje.

Aporta un milico de civil, pero bien podría ser un acomodador de cine con la linternita en la mano. Quiere enfocarme aunque el sol salió hace rato y la única tiniebla la debe tener él en el bocho. Un par de viejas de la parada dicen que el chabón es un hijo de puta. Pero lo dicen desde la parada cosa de no perder el turno por si viene el cole. El milico llama a no sé quién. La piba madre está bien y su hijito podría estar mejor, pero parece que no va a pirar. Igual le van a tener que regalar otro cochecito.

Todo bien. Me voy silbando bajito por las calles del señor. A nadie parece interesarle. A mi tampoco.
Cuento en el laburo. Un viejo me dice: hay que matarlos a todos. No aclara a todos quienes. Lo debe hacer a propósito. Pienso: todos es todos. Esa noche se produjo la síntesis (la palabra es prestada). Un flaco me había visto esa mañana y me viene a felicitar. Me dice: para la próxima ya somos dos. Dos para qué, le digo. Para patear culos rotos. No era un culo roto, apenas un 12 mal atado. Pero manejaba cuatro ruedas, lo mismo que un mercedes. Bueno, te aviso.

Esa noche me parece que tuve un sueño. Sueño que tengo una bazooca, no de esas que te muestran en la guerra de Irak, sino las de antes, de la última guerra. Ultima, es un decir. Era un fierro pesado y grande y ruidoso y la pegaba siempre. Le estoy apuntando a una camioneta que está estacionada donde dice NO ESTACIONAR por el tema de los discapacitados, y que tiene el dibujito que todo el mundo entiende. Una doble cabina petrolera. El chabón está abajo, con la puerta abierta, hablando por celular, seguro que con su novia, por la forma en que se menea sobre los pies. Le pego en todo el frente y vuela incendiada por los cielos. Tanto que nunca cae. Le doy tan bien que ningún otro auto cercano sufre consecuencia. Cuando me despierto todavía tengo olor a pólvora.

Me quedo pensando con los mates de la mañana.